Cuando celebramos la Cena del Señor, entramos en comunión real con el corazón de Cristo y con su inmensa capacidad de amor. Roberto Pasolini
Hemos llegado al final de este camino en la escucha de nosotros mismos y de la Palabra que nos llama día tras día, es bonito descubrir cómo llega a nosotros donde estamos y nos renueva.
Podemos "mirar" con corazón agradecido cada Triduo Pascual vivido, preguntándonos por la intensidad con que lo hemos vivido... la intención es hacer crecer en nosotros el deseo de una mayor intimidad en el diálogo con el Señor.
Hoy podemos contemplar el amor con el que el Señor se acerca a sus discípulos, y por tanto a cada uno de nosotros, para aprender de él el valor de la cercanía y la gratuidad.
Dediquemos tiempo a saborear las palabras del Evangelio, repensar los gestos y hacer compañía al Señor en la hora de la agonía. ¡Buena oración!
Los amó hasta el fin.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que Él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, éste le dijo: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?”
Jesús le respondió: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás”.
“No, le dijo Pedro, ¡Tú jamás me lavarás los pies a mí!”
Jesús le respondió: “Si Yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte”.
“Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!”
Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos”. Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: “No todos ustedes están limpios”.
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si Yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que Yo hice con ustedes”. Palabra del Señor.
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