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Jueves de la segunda semana de Cuaresma

La liturgia de hoy nos invita a dar un paso más en el camino hacia la Pascua. A decir verdad, ya el primer domingo de Cuaresma hemos sido invitados a "CONFIAR" en Dios, pero como lo hemos experimentado más de alguna vez, a veces no basta con saber las cosas, se necesita un poco de fe.

Hoy se nos recuerda que la plenitud de los bienes de la vida solo se puede experimentar si confiamos en Dios: solo él es el origen y la fuente de todo bien, cada vez que tratamos de construir nosotros mismos la felicidad sucede que en el fondo nos queda un poco de amargura.

Estamos llamados a creer que Dios es bueno, que quiere nuestro bien y nuestra plena realización. ¡Cuánta fatiga acumulada a lo largo de los años por no confiar en su amor!

Los judíos, y nosotros con ellos, conocieron en el desierto el amor de Dios, que tiene en el corazón a todas las criaturas. ¡Durante la Cuaresma, se nos insta a revitalizar la confianza en Dios, que es fuerza, alimento y vida plena para cada uno de nosotros! ¿Realmente lo creemos?

¡Hoy tomemos un tiempo para preguntárnoslo!


PRIMERA LECTURA

Maldito el que confía en el hombre. Bendito el que confía en el Señor.

Lectura del libro de Jeremías 17, 5-10

Así habla el Señor:

¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor! Él es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en Él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto.

Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo: ¿quién puede penetrarlo? Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno según su conducta, según el fruto de sus acciones.

Palabra de Dios.

 

EVANGELIO

Has recibido tus bienes en vida y Lázaro recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 16, 19-31

Jesús dijo a los fariseos:

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.

El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.

En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.

Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”.

“Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”.

El rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”.

Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”.

“No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”.

Pero Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”.

Palabra del Señor.

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