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Martes de la cuarta semana de Cuaresma

Cada día estamos más cerca de las celebraciones de la Pascua y la liturgia nos acompaña en el descubrimiento de una nueva forma de mirar el mundo, a nosotros mismos y a nuestras relaciones.

En el Evangelio de hoy se nos habla de un encuentro de sanación, la particularidad de este "signo" radica en el hecho de que el paciente no pide la sanación como en otros casos. Es el mismo Jesús quien, viéndolo y sabiendo cuánto ha durado su situación, se acerca para iniciar el diálogo.

También en nuestra vida es así, aunque pueda parecer lo contrario, ¡siempre nos precede la gracia y una mirada amorosa que busca sólo nuestro bien!

Notamos que la respuesta de este hombre está llena de resentimiento (treinta y ocho años en esa condición son la base de su frustración). El Señor va más allá de estos sentimientos y se produce la sanación.

¿Qué nos dice el modo de hacer de Jesús? ¿Cómo ilumina su actitud nuestra vida cotidiana?

En elegir estar cerca de los que sufren con la libertad necesaria para no dejarse sobrepasar por actitudes que hieren. A veces tenemos todas las ganas de hacer el bien, pero una respuesta un poco grosera "saca" de nosotros todo menos el bien. Aprendamos del maestro y entreguémonos libremente los unos a los otros.

 

PRIMERA LECTURA

He visto el agua que brotaba del templo: y todos aquellos a quienes alcanzó esta agua han sido salvados.

Lectura de la profecía de Ezequiel 47, 1-9. 12

El ángel me llevó a la entrada de la Casa del Señor y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa, en dirección al oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia el oriente. El agua descendía por debajo del costado derecho de la Casa, al sur del altar. Luego me sacó por el camino de la puerta septentrional, y me hizo dar la vuelta por un camino exterior, hasta la puerta exterior que miraba hacia el oriente. Allí vi que el agua fluía por el costado derecho.

Cuando el hombre salió hacia el este, tenía una cuerda en la mano. Midió quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a las rodillas. Midió otros quinientos metros y me hizo caminar a través del agua, que me llegó a la cintura. Luego midió otros quinientos metros, y ya era un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido: era un agua donde había que nadar, un torrente intransitable.

El hombre me dijo: “¿Has visto, hijo de hombre?”, y me hizo volver a la orilla del torrente. Al volver, vi que a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una inmensa arboleda.

Entonces me dijo: “Estas aguas fluyen hacia el sector oriental, bajan hasta la estepa y van a desembocar en el Mar. Se las hace salir hasta el Mar, para que sus aguas sean saneadas. Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes que se mueven por el suelo y habrá peces en abundancia. Porque cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas partes adonde llegue el torrente.

Al borde del torrente, sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies. No se marchitarán sus hojas ni se agotarán sus frutos, y todos los meses producirán nuevos frutos, porque el agua sale del Santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de remedio”.

Palabra de Dios.

 

EVANGELIO

En seguida el hombre se sanó.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 5, 1-3a. 5-18

Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.

Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo "Betsata", que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, lisiados y paralíticos.

Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: “¿Quieres sanarte?”

Él respondió: “Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes”.

Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y camina”.

En seguida el hombre se sanó, tomó su camilla y empezó a caminar.

Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser sanado: “Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla”.

Él les respondió: “El que me sanó me dijo: "Toma tu camilla y camina"“. Ellos le preguntaron: “¿Quién es ese hombre que te dijo: ‘Toma tu camilla y camina’?”

Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.

Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: “Has sido sanado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía”.

El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había sanado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.

Él les respondió: “Mi Padre trabaja siempre, y Yo también trabajo”. Pero para los judíos ésta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre.

Parola del Signore.


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