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Quinta domenica di Quaresima

El Evangelio de hoy acompaña cada día a la comunidad de la Casa General, en el ábside de nuestra capilla se pintó el último "signo" del Evangelio de Juan.

Como Marta, también a nosotros el Señor dice: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Como ella podemos profesar nuestra fe en Jesús: «Sí, Señor, creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».

El ultimo signo que realiza Jesús resucita sobre todo el corazón de todos los presentes, mientras que el pobre Lázaro deberá afrontar una vez más la experiencia de la muerte física. Sin embargo, el signo revela el corazón del evangelio: ahora sabemos que Dios no nos salva de la muerte, sino en la muerte. No nos quita el límite necesario para existir como criaturas, ni la dignidad de ser conscientes de ello. En cambio, nos ofrece la gracia de comprenderlo y experimentarlo de una manera nueva, como una oportunidad de existir ante su rostro. Sólo tenemos que estar dispuestos a dejarnos encontrar en lo más profundo de nuestros sepulcros, más allá de esas máscaras que estamos tentados a usar para parecer respetables y amables a los ojos de los demás. Incluso a los ojos de ese Dios que, por otra parte, no está lejos, sino que permanece presente y ardiente de amor frente a nuestra tumba. Listo para marcar el comienzo de una nueva vida tan pronto como escuchemos su poderoso grito de amor: "¡ven afuera!" (11.43).
Venire fuori, Fra Roberto Pasolini, www.nellaparola.it

PRIMERA LECTURA

Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán.

Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14

Así habla el Señor:

Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que Yo soy el Señor.

Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.

Palabra de Dios.

 

SEGUNDA LECTURA

El Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús habita en ustedes.

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 8-11

Hermanos:

Los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes.

El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes.

Palabra de Dios.

 

EVANGELIO

Yo soy la resurrección y la vida.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 11, 1-45

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: “Señor, el que tú amas, está enfermo”.

Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.

Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: “Volvamos a Judea”.

Los discípulos le dijeron: “Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?”

Jesús les respondió:

“¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él”.

Después agregó: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero Yo voy a despertarlo”.

Sus discípulos le dijeron: “Señor, si duerme, se sanará”. Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.

Entonces les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo”.

Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: “Vayamos también nosotros a morir con él”.

Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.

Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”.

Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”.

Marta le respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”.

Jesús le dijo:

“Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”

Ella le respondió: “Sí, Señor, creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”.

Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: “El Maestro está aquí y te llama”. Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que ésta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”.

Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: “¿Dónde lo pusieron?”

Le respondieron: “Ven, Señor, y lo verás”.

Y Jesús lloró.

Los judíos dijeron: “¡Cómo lo amaba!”

Pero algunos decían: “Éste que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?”

Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: “Quiten la piedra”.

Marta, la hermana del difunto, le respondió: “Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto”.

Jesús le dijo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”

Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:

“Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que Tú me has enviado”.

Después de decir esto, gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, ven afuera!”. El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.

Jesús les dijo: “Desátenlo para que pueda caminar”.

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.

Palabra del Señor.

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